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Acaso cree, señora, que ya no es la de antes,
que ya nadie suspira al verla caminar,
pero entre tantas niñas campantes y sonantes
es a usted quien espero cada tarde pasar.
No sabe que la observo, no tuve la entereza
de atreverme a decirle qué siento por usted,
ni imagina que ansío su asentada tibieza
y su añejado vino para calmar mi sed.
Es cierto que ya es otra, que han pasado los años,
que a su pelo ha llegado algo blanco a doler,
pero es mejor la rosa si soporta los daños de la nieve implacable decidida a caer.
Qué importa si el espejo le devuelve la pena,
es más dulce la fruta en plena madurez;
no hay nada más glorioso que la maleable arena ante la verde grama de dura gelidez.
Y nada es más erróneo que un torpe calendario,
los números ignoran el arte de vivir;
al igual que las cuentas de un hermoso rosario
los años la hacen bella… y la hacen refulgir.
Es por eso, señora, si se entristece un día.
levante usted los ojos y mire para aquí,
y ahí verá una mirada… una mirada mía,
de un hombre que la quiere, la quiere para sí.