Desde el ayer has venido.
Recuerdo que el jardín que abrazaba nuestra casa, tenía unas guardas de margaritas, un limonero seco, y un rosal de encendido bermellón afelpado y peligrosas espinas que hacían frente a la tentación de los que pasan de madrugada entre arrumacos y promesas.
Pero las margaritas eran nuestras preferidas. Sencillas, evidentes, lactescentes y de pétalos alborotados, parecían pinceladas descuidadas de la naturaleza y detentaban el ensueño de ser el oráculo del amor.
Infinidades de veces deshojamos margaritas durante las tardecitas del verano. Cuando el sol oxidaba, hasta los verdes más membrudos, enmascarado de naranja sofocante, e imaginábamos que las semillas de las sandias eran escarabajos que invadirían nuestro mundo.
Un mundo de arroyos cristalinos y hojas secas navegantes, piedras grises que nos legaron ampollas, un viento que nos estremecía hasta las lágrimas, cuando nos divertía abrir los ojos hasta el máximo como si fuesen las puertas de la parroquia que pendía de la pobreza en la cumbre de la colina. Y no parpadeábamos para recibir la confesión de esas ráfagas, para hilvanar historias a los pies de un fogón.
Y en las crujientes ramas sacrificadas, vos cocinabas las más dulces de las mentiras. Mis sentidos absortos se dejaban embelesar por tus fantasías y coronabas la inocencia de mi ingenuidad con la algarabía de tus risotadas. Yo nunca lograba, y ahora pienso que no lo intenté, asombrarte con mis fábulas.
Tal vez se decidió, aquella mañana en que nos sinceramos, y creamos la alquimia que nos aprisionó a la gula de los besos, y al tacto de unas pieles oliváceas, asoleadas y barnizadas por la ardiente juventud que nos devoraba el alma.
Quizás, en ese preciso instante en que bebí de tu cáliz la miel de tu aliento pactamos el juego del enamoramiento.
De ahí en adelante, tú serías el mar, yo la playa; y tú vendrías siempre a mí con una actitud avasallante, como la marea al ritmo de los astros, dándome la sal de tu belleza y dejándome el recuerdo de tu paso en el oro caliente y fino de mi geografía. Y yo sin resistencia te recibía, como las tierras sedientas absorben con exasperación el sollozo contenido de las nubes.
Y así, te adentrabas en mi camino de corales a desahogar el ímpetu de la pasión y a descansar los sueños. Y aquella noche en la espesura del bosque, cuando las estrellas en el terciopelo negro del cielo nos espiaban, disfrazado de primavera me hiciste florecer desde lo más recóndito de mi vientre un fruto.
Aùn puedo revivir el regocijo de tu rostro y la luz que destellaba tu mirar al percibir como se desdibujaba mi cintura adolescente.
Mis senos henchidos parecían granadas maduras y la comba de mi abdomen, la luna que gestaba el gemir de nuestro amor. Y sonreías.
Y el eco de tu desordenado risoteo se impregnó en el eco del silencio cuando te eclipsó un hechizo de muerte y te escondiste de mí.
Y te alejaste como los barriletes que remontábamos, que en un abrir indiscreto de las manos se nos escapaban y volaban a costa nuevas sin mirar hacia atrás.
Y te busqué en cada plegaria, en todos los amaneceres, en los fuegos mortecinos del horizonte. Y famélica de quimeras, de fuerzas para tejer la senda de mis pasos… Cuando me ganó la desesperanza y mi vida se transformó en una película muda…después de un tiempo, yo también me fui.
No sé decirte a dónde ni cómo. Un velo cubrió la conciencia de mi mente y de mi alma. Tal vez deambulé sin rumbo, intentando regresar a vos.
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- Carlos, por favor dime ¿que hora es? …. deje mi reloj en la antesala del baño, me distraje cuando tu hermana llamó para avisarnos que ellos no podrían venir a cenar con nosotros. Y basta por dios! ya no insistas, estoy bien. ¿Tan tarde se hizo?
En sólo treinta minutos el encanto se quebrará y se turbará entre el jadeo del tabaco y el burbujeo del alcohol de esta noche faústica. Me urge la necesidad de que desvíes tu mirada y te deslices por el túnel de mis ojos y me encuentres. La clepsidra está llorando sus últimas lágrimas. - Una copa más…. Nada más… no quiero obnibular mi mente; mañana debo ir al estudio a primera hora. NOOO!, no quiero irme… solo dije que era tarde nada mas, un pensamiento en voz alta. Es verdad Carlos, lo habíamos planeado desde hace semanas, pero hombre!!!… aquí estamos… ¿no?
En veinte minutos, será medianoche. Pero mírame al menos una vez, y descubrime antes de que sea demasiado tarde. Sé que la realidad es el abismo que nos une y nos conecta y me siento cual abeja que zumba en el jardín de un país de ensueño, no esperaba encontrarte en este lugar de máscaras ambiguas.
Creo que la distancia deja de ser un hidalgo de compromisos y misterios y trasmuta en molinos gigantes que bostezan el hálito furtivo de lo que podría haber ocurrido, pero recuerda el ahora.
Y en mi presente está este buen hombre, mi Carlos; pero devuelta tu imagen a mis retinas, también estás tú. Y la nostalgia de la reminiscencia me impregna de incertidumbres. Carlos y tù, comensales de un mismo ágape.
Quizás tú no lo recuerdes, pero yo… estoy… viéndonos en nuestro ayer y una grieta me rasga el corazón de lado a lado. Y Carlos, cree que la frialdad que me cubre los hombros es consecuencia de algún descuido doméstico; y yo no se como disimular el fuego que la memoria desató desde las cenizas.
¡ Aún puedo sentirte.!
La música de las gaviotas y el tatuaje de tu boca estampado en mi frente,… quizás si las tinieblas de la lontananza despejaran tu alma dormida, tal vez murmurarías mi nombre. El que entonces gritabas y la naturaleza rumoreaba; y me dirías: ¡ piedra libre para vos que estás deshojando margaritas, y yo estoy acá en tu frenético presente para cuidar las alegrías que te brotan desde la garganta sedienta de mí!… y yo sonreiría.
Y en mi antiguo nombre descubrirías la infinita travesura del destino; el encadenamiento de nombres y rostros, de pueblos y ciudades, meciéndose en la nebulosa del cosmos, trazando estelas de fuego para individualizar lo indistinguible.
Y comprenderías que el proyecto de nuestras existencias es más extenso que la anchura que luce con soberbia el océano.
Tan solo una pieza desordenada del rompecabezas de nuestras vidas altera la remembranza aletargada y la luz se enciende pura y etérea hasta cegarnos con la verdad. Y en mi caos, tu risa desbordante aceleró el influjo de imágenes que sucumbían en el adormilamiento de un pasado bucólico de una época extraviada tras el polvo de la tierra y el fin.
Y hoy,… estás de nuevo frente a mí, con muchos años menos que la última vez.
Y yo,… la misma alma encerrada en otra cárcel de carne y huesos, reviviendo el jadeo incanzabable de tu ansia y las caricias que con otras manos me dibujaste en el cuerpo.
Si tan solo, me mirases un instante… faltan pocos minutos para que todo que tras un manto de pérfido olvido. Tanto tiempo te estuve buscando a través de los años y de los siglos, para recomenzar lo que dejaste trunco aquella vez de sudestada y naufragio.
No viste nacer a tu hijo y la presencia de tu ausencia en nuestra casona marchito las margaritas de nuestro jardín y la noche nevó el dolor del cuchillo que se enredo entre mis venas. Desde la sangre y con la cadencia de los borbotones del líquido carmesí salpicando nuestra cama, y la desazón de quienes me hallaron sin respiración; comencé el peregrinaje hacia vos. Para reprocharte el abandono, para lamer las heridas que te causaron, para reivindicar los errores, para justificar los propios… para amarte otra vez…
… y ahora lo sé, todo fue en vano.. el día en que cerraste los ojos y el mundo dejo de girar para ti… ese era el último día del Amor, del nuestro.
No supe comprender la sorna del sino. Y ahora lo sé, todo fue en vano… no tuve la astucia de aceptar lo inexorable.
Faltan sólo dos minutos, si al menos me miraras, me consagrarías con la paz que en la lucha por retenerte mil veces abdique…
… Hoy todo es extrañeza. Nunca pensé encontrarte en un lugar tan confuso.
Te reconocí por tu forma tan peculiar de sonreír.
Nunca pensé encontrarte en un escenario, ostentando con la osadía de una dama reina, los párpados maquillados, una peluca rubia y unos tacones de la década de los ’70.
Dieron las doce.
Ya no me mires. No nos pertenecemos. - Carlos, querido… vayamos a casa.
Autora: Chuchi Gonzales